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Hace algunos años, en las Paraolimpíadas, nueve participantes, todos con deficiencia mental o física, se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros lisos. A la señal, todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar el premio. Todos, excepto un chico, que tropezó y cayó, salió rodando y comenzó a llorar. Los otros competidores escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Vieron al chico en el suelo, se detuvieron y regresaron... ¡Todos! Una de las chicas, con Síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso al muchacho y le dijo: "Listo, ahora va a sanar". Y todos entrelazaron los brazos y caminaron juntos hasta la línea de llegada. Todas las personas presentes en el estadio se pusieron de pie, catapultadas por la emoción. El largo aplauso que retumbó en Seattle en 1992, todavía se escucha al día de hoy.
Reflexión
Muchas veces no vemos que uno de los compañeros de clase necesita de nuestra ayuda para poder seguir adelante. En otras ocasiones, tampoco somos capaces de manifestar que necesitamos ayuda. Quizá tu meta sea sacar el curso... pero ¿y tus compañeros? ¿Están todos bien integrados? ¿Alcanzan las metas y objetivos trazados? ¿Trabajan en armonía y se comunican bien entre ellos? En nuestra clase, el éxito de todos es el éxito de cada uno. Pero el éxito individual, puede ser el fracaso de todos.